martes, 16 de diciembre de 2008




















La vida comienza a base de patadas. De patadas en la barriga de mamá. Luego pasa a ser una continuada marcha de pasos a gatas. Y, finalmente, pasa a ser un conjunto de pasitos.
Pasito a pasito se va creando el camino. Al igual que cuando somos pequeños, muchas veces tropezamos y caemos. Nos levantamos, avanzamos dos pasos y volvemos a caer. Conseguimos dar diez pasos y, al girar, tropezamos. Nuevamente nos ponemos en marcha y al poco tropezamos y caemos. En el fondo somos como bebés. Con otras preocupaciones pero igual de inseguros. Porque a cada paso que damos, tropezamos. Sin embargo, incluso los bebés son mucho más valientes y perseverantes que nosotros. Porque a ellos les de igual el número de veces que tropiecen y caigan: siempre vuelven a levantarse. Según crecemos olvidamos nuestros primeros años. Y, con ellos, nuestra valentía, arrojo y perseverancia. Nos convertimos en seres mucho más dubitativos, tristres, inseguros y cobardes. Cuando somos bebés no tenemos problemas porque ni siquiera nos los planteamos. Sin preocupaciones no hay problemas. Sin deseos no hay problemas. Al crecer nos volvemos infelices y nos sentimos insatisfechos. Y, sobre todo, nos sacamos problemas de cualquier sitio. Tropezamos con nuestros propios pies, pues muchas veces miramos hacia otro lado y perdemos la senda de nuestro camino. Los problemas no desaparecen con el simple hecho de no hacerles caso. Los problemas son las piedras con las que tropezamos en nuestro camino, a cada paso. Somos como bebés. He aprendido, a lo largo de la vida, que no existe nadie sin problemas, que nadie es completamente feliz y que todos hemos perdido los recuerdos y las despreocupaciones de nuestra época de bebés.